miércoles, 29 de mayo de 2013

¿La mejor serie de la historia?

¿La mejor serie de la historia?

Lost
¿Cuál es la mejor serie de la historia? Ha habido decenas, centenares de intentos de construir eso tan clásico del TOP 10, las diez mejores series, sin embargo pocos se han puesto el traje de buzo para intentar dirimir qué serie merece ocupar el trono. Obviamente el gran problema es que escoger solo una se antoja misión imposible: los factores a valorar son legión, la cantidad de material es descomunal y las opiniones son como los culos, que diría Harry el Sucio.
Pero como por algún sitio hay que empezar, en Quinta temporada vamos a afrontar el reto con la osadia que concede la ignorancia. Es decir, dejémonos de eufemismos y de condicionales, que cada uno diga en voz alta la que a su juicio considera la mejor serie de la historia. Bienvenida sea la polémica (seguro que la habrá) y que gane el mejor.
A continuación cada uno de los humildes integrantes del Dream Team de este blog relatará en unas lineas la serie que se llevaría a una isla desierta y salvaría de un apocalipsis termonuclear (es un decir).
La magistral radiografía humana de Los Soprano
Fernando Navarro
Al igual que El Padrino no es una película solo de la mafia, siendo una obra maestra del séptimo arte, Los Soprano no son solo una serie de la mafia, siendo una obra maestra de la pequeña pantalla. Solo la existencia de un personaje tan fascinante y abrumador como Tony Soprano, tirano y sensible, poderoso y frágil, repleto de contradicciones en su mitificada condición de capo de la mafia, justifica que esta serie se incluya entre las mejores de la historia de la televisión.
Con una profundidad moral y psicológica tan shakespeariana, no ha habido personaje más impactante, que inunda de tal manera una pantalla, tanto por su violencia contenida o desatada como por su sonrisa infantil o ansia por comer a todas horas, haciendo de su ajetreada vida al frente de su familia (la real y la criminal) algo tan extraordinario para el espectador. Con su maravilloso reparto de grandes personajes en torno a Tony, Los Soprano eran una magnífica radiografía humana. También una gran película que destilaba la esencia de Nueva Jersey, el Estado a la sombra de los rascacielos de Nueva York. Aparte, tenía una banda sonora todavía no superada en la televisión para cualquier amante del mejor rock y derivados, gracias al criterio del guitarrista de la E Street Band de Springsteen, Steve Van Zandt (Silvio Dante).
Los Soprano eran ritmo, desenlaces rompedores, momentos explosivos y poesía. Porque, entre el ruido trepidante de pistolas, había poesía cinematográfica, simbolizada en unos patos o un atardecer en el desierto de Las Vegas.

Twin Peaks no está envuelta en plástico
Álvaro P. Ruiz de Elvira
Que el tiempo hace de filtro y con el paso de los años lo bueno es lo que permanece es indudable. Han pasado 22 años desde el estreno de Twin Peaks y sigue siendo todo un acontecimiento cada vez que la serie reaparece programada en televisión o sale una nueva edición en DVD. En tiempos en que la HBO todavía no se dedicaba a hacer obras maestras y la televisión era territorio perdido para los grandes cineastas, David Lynch y Mark Frost (Canción triste de Hill Street) crearon un enigmático y magnético universo propio en medio de las montañas del estado de Washington.
En España fue tal acontecimiento (la recién creada Telecinco arrasó) que hasta se emitió un especial de dos horas con José Luis Garcí analizando la trama. Y Rappel vaticinó quién era el asesino de Laura Palmer (no acertó y mira que solo tenía que haber preguntado a algún espectador de EE UU). Twin Peaks, bueno, digámoslo ya, sus primeros 14 episodios (hasta que se conoce quién es el asesino de Laura; Del resto nos podemos olvidar sin rubor), es el fundamento de parte de las grandes series actuales. Larga vida a Twin Peaks, sus diálogos, su atmósfera misteriosa, los detalles de sus brumosos personajes, la música de Badalementi y al agente especial Dale Cooper (es nombrarle y me sirvo un café…). Tardaremos en envolverla en plástico como el cadáver de Laura Palmer.
Lo mejor para el final
Miriam Lagoa
Alan Ball alumbró en 2001 A dos metros bajo tierra, poco después de ganar el Oscar porAmerican Beauty y unos cuantos años antes de embarcarse en ese divertimento llamadoTrue Blood (sí queridos lectores, no se puede ser intensa las 24 horas del día). Pero a lo que vamos: mi serie con mayúscula es A dos metros bajo tierra. A la familia Fisher no la contemplas través de una pantalla, te vas a vivir con ellos durante cinco temporadas… y cuando te recuperas de ese enorme final estás desando volver a visitarlos de nuevo. Cada capítulo de la serie comenzaba con una muerte pero A dos metros bajo tierra es sobre todo gran canto a la vida: con sus alegrías, sus miserias, sus momentos surrealistas y sus impagables dosis de humor negro. Si el final es inevitable, la compañía de David, Claire, Ruth y Nate es una buena opción para disfrutar del viaje.

Friends, una comedia mayúscula
Natalia Marcos
Quizá no la mejor serie, pero sí la mejor comedia. La sitcom por excelencia, la de las cifras de vértigo, la de los personajes inolvidables y las situaciones hilarantes. Friends no hacía daño a nadie pero, al mismo tiempo, cada gag daba en el clavo. Desde el humor más blanco hasta el más negro, desde el surrealismo al infantilismo; todo por sacarnos una sonrisa y arrancar la carcajada. Llegamos a conocer a esos seis amigos de Manhattan como si fueran nuestros colegas de toda la vida, con sus virtudes y sus defectos. ¿Quién no ha tarareado el I’ll be there for you de The Rembrandts de los títulos iniciales? ¿Quién no ha dicho en alguna ocasión eso de “estábamos tomándonos un descanso”? Rachel, Ross, Monica, Pheabe, Chandler y Joey entraron en nuestras vidas para no marcharse. Unos personajes que nos ganaron para siempre y unos guiones impecables que aguantan de forma excelente el paso del tiempo. Friends es la comedia irrepetible, la que nunca te falla, la que siempre estará ahí. Una serie eterna.

La épica del intimismo
Toni García
Cuando HBO puso el dinero para que Steven Spielberg y Tom Hanks produjeran Hermanos de sangre muchos se llevaron las manos a la cabeza: una serie sobre la Segunda Guerra Mundial con un presupuesto que sobrepasaba -de largo- los 150 millones de euros y un reparto trufado de actores desconocidos.
Sin embargo la serie no solo se convirtió en un clásico indiscutible sino que -para un servidor- sigue siendo el mejor ejemplo de la excelencia en ficción televisiva. Sería absurdo no reconocer que hay un factor histórico impepinable que afecta -al menos- a los de mi generación y es la consideración que desde el desembarco de Normandia hasta la caida de Berlín lo que se dirimía en Europa era una lucha entre el bien y el mal, en terminos absolutos. Por decirlo de algún modo: la última guerra justa que ha conocido el mundo se luchó en nuestro continente. Podemos matizar lo dicho desde un punto de vista histórico (hay mil matices, que quede claro) pero creo que se me ha entendido.
Dicho esto, Hermanos de sangre tiene el mérito de convertir la contienda en el telón de fondo -que no el protagonista- de una descomunal parábola sobre el ser humano y la camaraderia, sobre esos lazos que se establecen entre las personas en los tiempos duros, sobre lo que significa pertenecer a algo más grande que uno mismo y tener perfecta conciencia de ello en tiempo real. Esa épica que ensalza el alma humana y la convierte en algo sagrado es lo que me emociona cada vez que veo esta serie: la pluscuamperfecta alquimia entre continente y contenido, el equilibrio que recorre su espina dorsal y que trata por igual a héroes y cobardes en el que ha sido el episodio más decisivo de la historia del siglo XX. Ya desde el inicio, cuando los auténticos protagonistas (cuyos nombres no conoceremos hasta el desenlace) recuerdan lo que estamos a punto de ver la serie establece un tono que se aleja del belicismo barato para asomar la cabeza en los territorios del drama.
Hermanos de sangre podía haber sido un montón de cosas pero se convirtió en una obra maestra inapelable. Recordemos simplemente aquel momento en el último episodio en el que un general alemán se dirige a sus hombres, sabedor de que la guerra se ha perdido. En ese momento, glorioso, se esconde todo lo bueno de la tele y -también, por qué no decirlo- del ser humano: capaces de lo peor, de lo mejor y de ambas cosas a un tiempo.
Si hubiera que enseñarle a alguien una sola serie para probarle lo grande que puede ser la caja tonta yo le enseñaría Hermanos de sangre... creo que entendería enseguida de que estamos hablando.

Esperamos que los lectores/internautas también se mojen, que no solo de nuestros gustos vive el hombre

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